Las Olvidadas by Angeles Caso

Las Olvidadas by Angeles Caso

autor:Angeles Caso
La lengua: es
Format: mobi
Tags: prose_contemporary
ISBN: 9788467217759
editor: Círculo de Lectores
publicado: 2011-11-08T00:00:00+00:00


CAPÍTULO VI. Visionarias, místicas y herejes. El diálogo femenino con la divinidad

La virginidad de la que hablo es la integridad de la mente que se extiende al cuerpo: es una existencia totalmente incorrupta. No hay vida que se parezca más a la vida celestial que la de una virgen.

JUAN LUIS VIVES

Así, Jesucristo es nuestra Madre. De Él recibimos nuestra existencia, allí donde tiene su origen la Maternidad; con todas las dulces emanaciones de amor que de allí sin cesar derivan. Así como es cierto que Dios es nuestro padre, es igualmente cierto que Dios es nuestra madre.

MARGERY KEMPE

O santas o pecadoras. Durante siglos, la estructura moral sobre la que se basaba la civilización cristiana mantuvo a las mujeres ligadas a esas dos polaridades. La sociedad presionaba sobre cada una de ellas para que fuese un ejemplo de «virtudes»: castidad, sumisión, modestia, discreción, templanza, silencio... Quienes no alcanzaban la excelencia eran consideradas pecadoras, a veces sin remisión. Quienes sobresalían en ella, santas. Pero a menudo el límite que separaba las dos condiciones era confuso, farragoso y arriesgado como arenas movedizas, y el ansiado «camino de perfección» podía conducir a muchas mujeres —y también no pocos hombres— a convertirse en cuerpos torturados en las cárceles de la Inquisición o incluso en cuerpos carbonizados en sus hogueras.

Entre la santidad y la herejía, la diferencia era a menudo cuestión de levísimos matices. Sin embargo, a pesar del peligro, centenares de miles de mujeres vivieron durante buena parte de la historia de Europa consagradas a una intensa vida de fervor religioso, de búsqueda de lo divino y entrega a la oración o a la caridad, que convirtió a muchas de ellas en objeto de veneración y a otras muchas en seres sospechosos cuando no abiertamente condenados. Las razones para esa profunda espiritualidad son sin duda diversas y a veces incluso contradictorias: infinidad de mujeres aceptaban así llevar la existencia ejemplar que les exigía un mundo que, desde una remota antigüedad, consideraba la virginidad como el estado perfecto para el sexo femenino, la rara pureza que lo ligaba de una forma misteriosa a la divinidad. Otras muchas buscaban un consuelo para sus vidas llenas de desdichas, miserias y sometimiento. Pero un número nada desdeñable de ellas, como ya he indicado, se concedían a sí mismas de esa manera la posibilidad de desarrollar una existencia individual y acceder a través de la vida en religión al conocimiento, la intervención en la sociedad o el poder, evitando de paso tener que entregarse a la autoridad de un esposo desconocido y arruinar su salud y acaso su vida en incesantes embarazos y partos. Que el matrimonio podía llegar a convertirse en un auténtico infierno del que no resultaba posible escapar era algo sabido y aceptado. Teresa de Ávila se dirigía en su Libro de las fundaciones a las jóvenes monjas, haciéndoles ver que «no conocen la gran merced que Dios les ha hecho en escogerlas para sí y librarlas de estar sujetas a un hombre que muchas veces les acaba la vida, y pluga a Dios que no sea también el alma»1.



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